OBSERVATORIO DEL DERECHO A LA INTIMIDAD Y AL LIBRE ALBEDRÍO

domingo, 13 de marzo de 2011

LA QUÍMICA DEL HORROR

Mientras somos capaces de prohibir las drogas en plan paternalista ya que aunque su consumo siempre es voluntario su abuso puede destruir al irresponsable que no controla sus potentes efectos adictivos, la Química que nos rodea por todas partes penetra sin pedir permiso en nuestro cuerpo desde nuestros primeros días en el útero materno y nos envenena sin prisas pero sin pausas.
El efecto venenoso es discreto pero acumulativo y no demasiado bien conocido, especialmente el efecto cóctel al combinar diversos venenos. Aunque a veces, como en Seveso o en Bhopal, la catastrofe se desata y el chute es tan bestial que las víctimas no pasan desapercibidas pero acaban cayendo en el olvido.
¿Ante este envenenamiento masivo cual es nuestra postura personal o la de nuestros Gobiernos? la mayoría prefiere no saber. ¡Al fin y al cabo de algo hay que palmarla! Y nuestros gobernantes, pues como siempre: hacer que hacen para que todo siga igual. Decretar el Estado Alarma sólo está indicado cuando un grupúsculo de trabajadores avariciosos nos fastídian las vacaciones.
Gracias a Miguel Jara descubro a Nicolas Olea, médico y excelente comunicador de temas técnicos, que tiene en Internet un par de conferencias, de contenido similar, y sin desperdicio venenoso:
Conferencia de Nicolás Olea Navarro en Alboraira Parte 1/7 (2009)
Conferencia Nicolas Olea 1/7 (Apertura Curso Ecoalmunia 2008 en Zaragoza). Lamentablemente falta la parte final.
Y no todo el veneno es de la Química. La Física no le va a la zaga: fugas radioactivas o contaminación electromagnética.
A pesar de la galeria de horrores que tenemos por doquier, los peores venenos no son fisicoquímicos. ¿Adivinais cuales son?: la Avaricia, la Comodidad y la Estupidez. Nuestro inmenso presupuesto educativo es incapaz de controlar sus efectos. Tampoco la fuerza moral de nuestra religión semioficial parece que tenga apenas éxito (una de sus familias más santurronas acaba de volver a pecar por haberse quedado sin su querido “botin”)

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